El sexo compartido es para sabios

Nos cae un poco gordo este afán de discutir si una práctica sexual es más o menos natural. ¿Qué tiene que ver lo natural con las actividades humanas?

En todo lo que hacemos, el artificio es una virtud. Nos maravillamos frente a Notre Dame, hablamos de lo magnífico de las sondas espaciales y nos comunicamos por medio de WhatsApp. Nada de lo que hacemos es “natural”.

Pero cuando se trata de sexo, entonces nos invade una suerte de obsesión neo new age en la que sólo validamos aquello que pudo ser certificado por la madre tierra. En ese sentido, la conversación, que debería girar en torno a gustos y preferencias, se vuelve una bizantina discusión sobre si hay o no homosexualidad en el reino animal o si los seres humanos estamos genéticamente predispuestos a las orgías.

Sin embargo, el peso de la cultura es muy fuerte, y entonces, estamos significativamente condicionados a rechazar “por principio” toda aquella práctica sexual que la misma cultura ha decidido que es “antinatural”. (Con fundamento o sin éste). El sexo en grupo es una de esas prácticas, ultracensuradas en lo público y plus quam populares en lo privado. El consumo de porno orgiástico no miente. La gente fantasea con tríos, cuartetos y sinfónicas sexuales en todas formas y tamaños aunque luego señalen con el dedo y pidan la horca para cualquier colectivo que promueva el derecho a coger con más de uno.

Por eso creo que hay alguna inteligencia especial en la gente que busca prácticas sexuales colectivas. Excluyendo, por supuesto los formatos en los que el sexo grupal es empleado como instrumento de violencia y terror, los participantes de una orgía contemporánea, al menos, se han cuestionado la validez del paradigma del sexo exclusivo, monógamo y diádico. Quienes se atreven a contemplar la idea de un encuentro swinger, o quienes se dan la oportunidad de probar con un trío o una noche de dogging, poseen una suerte de sabiduría. Aquella que emana de actuar en consecuencia con nuestras propias convicciones y no con los esquemas educativos con los que crecimos.

Lo interesante sería comprobar, si aquellos sabios de la bacanal que aprendimos a ver más allá de la cultura, somos igualmente generosos y abiertos para hablar de las manifestaciones sexuales de los demás.

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